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Las tardes en el invierno.

En invierno las tardes son muy breves. Yo suelo ir a comer pronto a casa de mi hijo y luego me dirijo a dar un largo paseo, bajo el agradable sol que hasta las cuatro de la tarde calienta el camino de la ermita. Me encanta la sensación de calor mezclado con la brisa fría que acaricia mi curtido y anciano rostro, me reconforta y me inyecta vitalidad. A mi edad éste, junto a una reñida partida de mus los domingos con los dos últimos buenos amigos que me quedan en este mundo (el resto ya abonan los cipreses del cementerio), es un gran placer. Porque con la edad la percepción del disfrute cambia, y de qué manera, ya lo veréis, si tenéis la suerte de llegar, que no todos pueden alcanzar los 87 claro. Y es que el panorama es terrorífico, más que una película de Bela Lugosi. No puedo permitirme los dulces, tengo diabetes desde hace veinte años. Ni siquiera logro recordar el sabor, a veces me descubro a mi mismo con los ojos cerrados tratando de rememorarlo, y no lo consigo, se borró de mi memoria, como tantas otras cosas. Tampoco puedo tomar sal, mi hipertensión me lo prohibe, así que las comidas son insípidas, como mis reacciones ante una buena moza, sí porque ya nada es lo que era. Y es que a mí la química tampoco me va, tomo las pastillitas que me receta mi médico por obligación y para de contar. Y mejor, porque tampoco estoy para muchos aspavientos, la última operación de cadera me dejó con el chasis bastante irregular y mis movimientos son de un límitado que ni el juego del Real Madrid en sus horas bajas, psé! Eso sí, me las apaño aún para vivir sólo, me puedo vestir, duchar y asear sin ayuda. Y la Marieta, una vecina, viene a diario un par de horas para hacerme las faenas de la casa. Comer lo hago en casa de mi hijo el mayor, que está a la vera de la mía y de paso él y mi nuera me dan un poquito de compañía, que siempre viene bien y más ahora que estoy viudo. Y aún puedo leer a ratitos un buen libro, eso sí, con las gafas que la vista como otras partes de mi cuerpo anda ya cansada, y escuchar música en el viejo tocadiscos que aún conservo desde mi bodas de plata con Antonia, y bailar, pues no sé si puedo, porque desde que ella faltó, no lo he vuelto a intentar con ninguna, pero sí veo películas, mi nieto David me regaló la Navidad pasada una colección de films del gran John Wayne y aún de vez en cuando si tengo suerte y viene a verme a casa al atardecer le digo que me ponga una en el aparatejo ese que va enchufado a la tele, el vídeo creo que se llama, y lo pasó de maravilla con ellas. Pero lo que más me ayuda es el poder seguir escribiendo, lo hago un poquito cada día, no mucho que me canso una barbaridad, a veces ideas sueltas, cuando menos relatos cortos que guardo en una vieja caja de zapatos, y me va de maravilla para la memoria, para no olvidar cosas y para enriquecer mi espíritu, porque siempre las letras lo hicieron y ahora en el ocaso de mis días la pasión por la escritura es la que más ha pervivido dentro de mí. Y es que cuando ya pasas de los ochenta, vives cada día como si fuera el último, y las cosas sencillas las valoras por encima de todo, porque en el invierno de la vida, las tardes son únicas, las noches largas y extrañas, y los amaneceres son el mejor regalo que uno puede recibir.

Comentarios

Sett ha dicho que…
que bonito,y que etapa mas digna y profunda puede ser la vejez
Arual ha dicho que…
Sabes escribí este relato pensando en mi abuelo, un hombre fuerte, valiente, que hasta el último mes de su vida demostró que la edad física nada tenía que ver con la mental. Y también pensando en lo que me gustaría ser yo si llego a ser anciana, ojalá!
Sett ha dicho que…
Ah pues con mas razon me gusta el texto entonces
Anónimo ha dicho que…
que lindo!!!
mi abuelo
ser insustituible que habita en mí...
andrés ha dicho que…
lindo post, por aquello de la empatía.

besos
Arual ha dicho que…
Mari: Ojalá te acompañe siempre, es tu mejor regalo hacia él...

Andrés: Bienvenido a mi blog, me alegro de que te guste el post, está escrito con el corazón te lo aseguro.
Duna ha dicho que…
Llego tarde, esta semana está siendo abosrbente...

Un relato logrado poniéndote en la piel de alguien que aún no has sido. Tierno y dulce...como la mirada de un anciano contemplando el mundo.
Arual ha dicho que…
Gracias Monologuista me alegra de que hayas disfrutado leyéndo este pequeño relato, la verdad es que como ya le dije a Sett mi abuelo fue mi inspiración para escribirlo. Yo estaba muy unida a él, como aún lo estoy ahora aún a mi abuela, y convivir con ellos mucho tiempo, pasar largos ratos oyendo sus historias y también su día a día, te enseña mucho, la verdad. Han sido dos personas muy especiales en mi vida.

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