No llevaba ni dos horas en la ciudad, las justas para llegar con tiempo al hotel, dejar mi maleta y poder cenar tranquilamente algo ligero antes de acostarme. Convenía irme pronto a descansar para estar bien al día siguiente dado que el horario del curso que iba a realizar me iba a obligar a madrugar más de lo acostumbrado y el viaje había sido de lo más agotador. No tenía la esperanza de recibir noticias de él aquella noche, ya me había advertido con anterioridad la imposibilidad de encontrarnos en los tres días de mi estancia allí, pero no quería perder la ilusión, no quería obviar esa motita de esperanza que albergaba dentro de mí desde hacía semanas y que me decía que él me estaba mintiendo. En cualquier caso también sabía lo complicado que le resultaba poder verse conmigo, entendía sus circunstancias y me autoconvencía a mí misma que debía dejar de ser tan egoísta al respecto de la situación, pero me resultaba difícil, cómo iba yo a imponer mi cabeza a mi corazón, jamás lo había hecho, era una soñadora compulsiva sin remedio alguno. Ya en la cama revisé el correo del trabajo en mi portátil y dejé abierto el messenger por si debía llegarme alguna señal por esa vía. Nada. No la hubo. Decidí leer un ratillo para coger sueño ya que no estaba muy por la labor y abrí la página marcada del libro que estaba leyendo en aquel momento, BROOKLIN FOLLIES, de su admirado Paul Auster, un escritor que me había descubierto él y que suele utilizar hábilmente el azar como trasfondo esencial de muchas de sus novelas, ese azar caprichoso que nos había unido una noche cualquiera de otro mes de marzo no muy lejano. Por fin me dormí pasada ya la medianoche, emborrachada por la fabulosa prosa del literato neoyorkino.
Al día siguiente todo transcurrió lamentablemente según lo previsto: una aburrida mañana metida entre clases y ponencias varias, almuerzo con algunos colegas de profesión que también asistían al curso y con los que ya había coincidido en otras ocasiones y después un paseo tranquilo en soledad para despejarme de aquel cúmulo de información adquirida a lo largo de la jornada y también de su imagen que aparecía con flashes intermitentes en mi mente.
Sobre las ocho volví al hotel pero mis pensamientos no se habían apartado ni por un segundo de él, cómo olvidarle, cómo borrar aquel maravilloso viaje anterior en el que por suerte él me había dedicado todo su tiempo, me había enseñado sus rincones favoritos de la ciudad, me había hecho soñar despierta, cómo apartar de mi imaginación aquellos ojos divinos que me miraban a cada momento revelándome que era única y especial para él y que a pesar de todo siempre lo sería, aquellos paseos azules bajo la luna llena y aquellos brazos y aquella piel que me amó sin medida ¿cómo?
Acababa de darme una ducha cuando oí el sonido de la llegada de un mensaje a mi móvil. Corrí apresuradamente para ver de quién era y al abrirlo leí lo siguiente: "No me gusta dormir en el pasillo de un hotel." Sonreí abiertamente al tiempo que me colocaba el albornoz bien y procedí a abrir la puerta de mi habitación. Allí estaba él. Mirándome con sus ojos abiertos de par en par. Regalándome su mejor sonrisa.
- ¡Alex! - Grité desmedida.
- Shhhhhhhhhh... - Susurró él con su cálida voz - Alguien podría descubrir nuestro secreto.
- No me importa. - Alegué riendo y cerrando la puerta detrás de él - Has venido y eso es lo principal. ¿Cómo te las has arreglado? Bueno mejor no, no me digas nada, no quiero saberlo, estás aquí y con eso me basta.
El me miró como lo había hecho tantas veces en nuestro anterior encuentro. Me sentí flotando en un nube y sin posibilidad alguna de bajarme de ella, y menos cuando me cogió de la mano, me atrajo hacia él y me dió un beso delicioso.
- ¿Mejor ahora? - Inquirió divertido.
- Mejor imposible. - Respondí sin vacilar mientras lo empujaba hacia mi cama. - ¿No vamos a ir a cenar preciosa?
- Hay servicio de habitaciones también... - Murmuré mientras mis manos se empeñaban en iniciar lo que iba a convertirse en una magnífica velada de sexo.
Pasamos una noche de fábula haciendo el amor, nos dejamos llevar por una pasión descontrolada que nacía en lo más profundo de nuestros cuerpos y de nuestras mentes. Caímos exhaustos cuando faltaba poco para despuntar el alba. A tan sólo cinco minutos para las siete volví a salir de la ducha, ahora él yacía medio dormido y le desperté con un beso.
- Tengo que irme enseguida.
- Lo sé, yo también. - Añadió mientras se desperezaba.
No hubo más preguntas, no hubo más planes, no hubo más conversaciones. Ninguno de los dos se atrevía intuí. Nos despedimos en la puerta del hotel. No tuvimos ni tiempo para desayunar. Él tenía prisa. Yo tenía prisa. Un vacío increíble se apoderó de mí al verle doblar la esquina y desaparecer de mi vista.
Aquel día fue extraño, estuve ausente, demasiado, las horas pasaron largas y a mí no me importaba, no quería que avanzara el tiempo, no quería que llegara la noche, una noche que casi seguramente pasaría sola, sin él. No me equivocaba.
Sobre las cuatro de la tarde al salir a uno de los descansos del curso miré mi móvil y vi otro mensaje suyo: "Siempre guardaré tu maravilloso recuerdo."
Cerré los ojos y apreté los labios, no quería que nadie se percatara de mi reacción. Me disculpé ante mis compañeros y me fui al baño. Cerré la puerta con el cerrojo y rompí a llorar.
Sabía que llegaría la hora de despedirme de él, pero jamás habría pensado que sería tan pronto. Él me había regalado aquella última noche. No hubo explicaciones, como siempre. Sólo hubo un remolino de sensaciones y sentimientos, como siempre, que aún ahora, pasado mucho tiempo, soy incapaz de quitarme de la cabeza, sensaciones y sentimientos convergentes en aquella noche. Nuestra última noche. Esa noche en mi MP3 sonó Placebo. Esta noche aún sigue sonando.
Al día siguiente todo transcurrió lamentablemente según lo previsto: una aburrida mañana metida entre clases y ponencias varias, almuerzo con algunos colegas de profesión que también asistían al curso y con los que ya había coincidido en otras ocasiones y después un paseo tranquilo en soledad para despejarme de aquel cúmulo de información adquirida a lo largo de la jornada y también de su imagen que aparecía con flashes intermitentes en mi mente.
Sobre las ocho volví al hotel pero mis pensamientos no se habían apartado ni por un segundo de él, cómo olvidarle, cómo borrar aquel maravilloso viaje anterior en el que por suerte él me había dedicado todo su tiempo, me había enseñado sus rincones favoritos de la ciudad, me había hecho soñar despierta, cómo apartar de mi imaginación aquellos ojos divinos que me miraban a cada momento revelándome que era única y especial para él y que a pesar de todo siempre lo sería, aquellos paseos azules bajo la luna llena y aquellos brazos y aquella piel que me amó sin medida ¿cómo?
Acababa de darme una ducha cuando oí el sonido de la llegada de un mensaje a mi móvil. Corrí apresuradamente para ver de quién era y al abrirlo leí lo siguiente: "No me gusta dormir en el pasillo de un hotel." Sonreí abiertamente al tiempo que me colocaba el albornoz bien y procedí a abrir la puerta de mi habitación. Allí estaba él. Mirándome con sus ojos abiertos de par en par. Regalándome su mejor sonrisa.
- ¡Alex! - Grité desmedida.
- Shhhhhhhhhh... - Susurró él con su cálida voz - Alguien podría descubrir nuestro secreto.
- No me importa. - Alegué riendo y cerrando la puerta detrás de él - Has venido y eso es lo principal. ¿Cómo te las has arreglado? Bueno mejor no, no me digas nada, no quiero saberlo, estás aquí y con eso me basta.
El me miró como lo había hecho tantas veces en nuestro anterior encuentro. Me sentí flotando en un nube y sin posibilidad alguna de bajarme de ella, y menos cuando me cogió de la mano, me atrajo hacia él y me dió un beso delicioso.
- ¿Mejor ahora? - Inquirió divertido.
- Mejor imposible. - Respondí sin vacilar mientras lo empujaba hacia mi cama. - ¿No vamos a ir a cenar preciosa?
- Hay servicio de habitaciones también... - Murmuré mientras mis manos se empeñaban en iniciar lo que iba a convertirse en una magnífica velada de sexo.
Pasamos una noche de fábula haciendo el amor, nos dejamos llevar por una pasión descontrolada que nacía en lo más profundo de nuestros cuerpos y de nuestras mentes. Caímos exhaustos cuando faltaba poco para despuntar el alba. A tan sólo cinco minutos para las siete volví a salir de la ducha, ahora él yacía medio dormido y le desperté con un beso.
- Tengo que irme enseguida.
- Lo sé, yo también. - Añadió mientras se desperezaba.
No hubo más preguntas, no hubo más planes, no hubo más conversaciones. Ninguno de los dos se atrevía intuí. Nos despedimos en la puerta del hotel. No tuvimos ni tiempo para desayunar. Él tenía prisa. Yo tenía prisa. Un vacío increíble se apoderó de mí al verle doblar la esquina y desaparecer de mi vista.
Aquel día fue extraño, estuve ausente, demasiado, las horas pasaron largas y a mí no me importaba, no quería que avanzara el tiempo, no quería que llegara la noche, una noche que casi seguramente pasaría sola, sin él. No me equivocaba.
Sobre las cuatro de la tarde al salir a uno de los descansos del curso miré mi móvil y vi otro mensaje suyo: "Siempre guardaré tu maravilloso recuerdo."
Cerré los ojos y apreté los labios, no quería que nadie se percatara de mi reacción. Me disculpé ante mis compañeros y me fui al baño. Cerré la puerta con el cerrojo y rompí a llorar.
Sabía que llegaría la hora de despedirme de él, pero jamás habría pensado que sería tan pronto. Él me había regalado aquella última noche. No hubo explicaciones, como siempre. Sólo hubo un remolino de sensaciones y sentimientos, como siempre, que aún ahora, pasado mucho tiempo, soy incapaz de quitarme de la cabeza, sensaciones y sentimientos convergentes en aquella noche. Nuestra última noche. Esa noche en mi MP3 sonó Placebo. Esta noche aún sigue sonando.
Comentarios
El presente es un nuevo placebo y sabe que el pasado es pretérito imperfecto y que nunca volverá.
Salud!
Me hubiera gustado seguir y seguir leyendo...
Un amor asi debe de ser algo maravilloso. Me he sentido apenada por ella y por él. Creo que aunque una noche asi sirva de despedida, el vacío que debe dejar ha de ser tan grande que no podría soportarlo, asi que quizás el haberla evitado hubiese sido mejor...o no! Quien sabe lo que hacer en una situación asi?
Muy boniro arual.
Besote.
Mae: Yo creo que regalar una última noche es siempre algo bonito, el vacío siempre quedará después del adios pero también permaneceran los recuerdos de los instantes compartidos, ¿no crees?
(No se si me explico bien)
Un besito.
PD: La canción me rompe el alma. Y sí, estoy demasiado sensible, quizás. Mil besos agradecidos por un relato fantástico.