El lunes a través de Twitter (sí ese diabólico y enfermizo invento que absorbe tantas horas de mi vida -xddd he de reconocer que empiezo a tener un problema grave- pero que resulta ser la única forma digna de saber qué acontece en este mundo) supe que estábamos ante el día oficialmente más triste del año. Me pilló por sorpresa porque justo venía de un finde maravilloso, casero, con mis dos chicos y cargada de energía positiva hasta los topes. Pero como yo soy mucho de empatizar si hay que ponerse triste pues me pongo no vayamos a hacer el ridículo tampoco, y con ese espíritu llegué a la oficina a ver qué ambiente se cocía por allí. Efectivamente la gente el lunes no estaba para tirar cohetes. Caras largas, de sueño, apáticas, vamos un funeral casi. Así que copy y paste. Yo sería y formal no fuera que soltara alguna bromita simplona y me devolvieran algún moco feo. Al salir de la ofi y ya en casa escribí el post "La preguntita", leedlo y veréis que de blue nada. Después me fuí a recoger a mi tesoro al cole y él de cara larga nasti de plasti. Alegre como unas castañas así que nos dispusimos a jugar toda la tarde juntitos en casa que hacía mucho frío y no apetecía airearse nada. El bluemonday acabó siendo un monday a secas tirando a brightmonday. No sé como me lo monto que siempre voy al revés el planeta. Antes de Navidades estaba todo el mundo alegre y tirando cohetes y yo andaba agobiadísima. Y el lunes era justo al revés, y mira que me había bajado la regla y ya sabéis que en mis circunstancias que me baje la regla suele cabrearme, pero mira tú por donde que me pilló positiva la cosa y ahí sigo. Bueno no lo voy a gritar muy fuerte no sea cosa que se me acabé el positivismo en un plis plas.
Abro los ojos de nuevo al mundo, despierto de una especie de ensoñación o pesadilla más bien, donde el mundo, mi mundo, se estaba desmoronando. Miro hacia mi alrededor y todo sigue bien. Mi sobrino es un bebé sano y regordete que no necesita estar conectado a una máquina y puede salir a pasear cada día por la calle. Nadie lleva mascarilla. No ha habido una avalancha de muertes inesperadas. Puedo abrazar a mi amiga después de un día duro para darle ánimo y nadie me mirará con cara de reprobación. Puedo planificar mi próxima escapada a un concierto, o mi próximo viaje, y no necesitaré un PCR negativo. No hay toque de queda. Puedo ver salir el sol. Comer una hamburguesa en la calle está bien. Hacerlo en una terraza también. No conozco el concepto distancia social. Lo más hidroalcohólico que tengo es el último gin tonic que tomé el sábado pasado. No hay pandemia. Y no he cometido ningún estúpido error. No he visto la cara B de la vida y no quiero verla. Pero desde mayo tengo una sonrisa
Comentarios