¿Recordáis aquel escalofriante relato de Stephen King protagonizado por un payaso terrorífico que se llevó hace años a la gran pantalla y que se titulaba "It"? Pues más o menos ese aspecto tenía yo el pasado fin de semana. Y no fue por irme a una rave o alguna otra fiesta de esas modernas y despendoladas, no. El gripón del siglo me atacó y me dejó hecha un desastre total. Desde el viernes hasta el martes estuve encamada, con fiebres que llegaron a los 39º, delirios en los que no sabía si me había levantado al baño a mear o me había meado encima directamente, y falta total de apetito con vómitos intermitentes. Vamos un desacato a la autoridad. Eso sí he adelgazado 3 kiletes que nunca viene mal. A todo esto mi hijo estaba con un virus similar, aunque el pobre tras los chutes de Dalsy parecía que revivía o que le habíamos administrado alguna droga no legal y tenía sus subidones momentáneos.En fin un panorama terrible. Mi socio llegó tarde el viernes a casa, para variar, viva la conciliación familiar, y cuando entró por la puerta no echó a correr de milagro. Y es que no había para menos. Él tenía examen el sábado en la facultad, tenía previsto dar el último repasillo aquella noche, no esperaba tener que hacer de enfermero a dos bandas con su hijo y conmigo. Estuvo a la altura, se portó de maravilla y fue al examen con sueño, casi sin repasar, y con el virus pillado a medias. El resto de semana ya podéis imaginar como ha sido. Hemos ido a trancas y a barrancas. Pero es lo que toca. En fin que esto ha sido una prueba de amor y unidad familiar increíble. Qué potito, sino fuera porque lo he pasado fatal lloraría de emoción y todo!!!
Abro los ojos de nuevo al mundo, despierto de una especie de ensoñación o pesadilla más bien, donde el mundo, mi mundo, se estaba desmoronando. Miro hacia mi alrededor y todo sigue bien. Mi sobrino es un bebé sano y regordete que no necesita estar conectado a una máquina y puede salir a pasear cada día por la calle. Nadie lleva mascarilla. No ha habido una avalancha de muertes inesperadas. Puedo abrazar a mi amiga después de un día duro para darle ánimo y nadie me mirará con cara de reprobación. Puedo planificar mi próxima escapada a un concierto, o mi próximo viaje, y no necesitaré un PCR negativo. No hay toque de queda. Puedo ver salir el sol. Comer una hamburguesa en la calle está bien. Hacerlo en una terraza también. No conozco el concepto distancia social. Lo más hidroalcohólico que tengo es el último gin tonic que tomé el sábado pasado. No hay pandemia. Y no he cometido ningún estúpido error. No he visto la cara B de la vida y no quiero verla. Pero desde mayo tengo una sonrisa
Comentarios
María, sí trabaja y estudia, todo, y con un peque en casa a ratos es de locos, pero bueno tú ya lo sabes bien.