Mi abuela ya me lo decía constantemente cuando era una niña: “La curiosidad mató al gato”… y así fue. Había sido un día agotador, las mudanzas suelen serlo. Yo para la mía había contado con la inestimable colaboración de mis amigos Javier y Lucía y de su magnífica monovolumen siete plazas con asientos abatibles y/o removibles. Aún así nos costó toda una jornada empaquetar y trasladar los millones de trastos que una servidora había acumulado en los tres años en los que viví en mi adorable estudio de alquiler de 50 metros cuadrados. La ministra de la Vivienda estaría orgullosa de ver lo organizada que soy para hacer caber tantas cosas en uno de sus apartamentos modelo para las jóvenes generaciones. Lo peor era pensar en lo que sería capaz de almacenar en mi nuevo hogar, la vieja propiedad heredada de mis abuelos, una preciosidad de casona antigua de tres plantas con 200 metros cuadrados en pleno centro histórico, todo un sueño hecho realidad. Eran las diez de la noche de aquel sábado cua...
El mundo visto con humor, amor y mucha tolerancia.