Yo soñaba estando embarazada de mi segundo bebé que aprovecharía para hacer con él todo lo que con su hermano por culpa de la desinformación y los prejuicios no hice a mi modo de ver de manera suficientemente sensata.
La experiencia es un grado y creía ilusa de mí que alargaría la lactancia más tiempo que con mi mayor, lo cogería en brazos hasta "jartar" y que colecharíamos felices como perdices.
Pero mi pequeño como he dicho mil veces es el espíritu contrario de su hermano, un "rebelde" sin causa, un alma libre, un bebé muy independiente y resabido.
En Navidad comenzó a rechazarme el pecho, le di la culpa a las vacaciones y los horarios locos fuera de toda rutina, pero cuando volvimos a la normalidad, él siguió en sus trece hasta que al final di por concluida tristemente mi segunda lactancia materna cuando mi hijo cumplió su primer año.
También por aquellos días había empezado a preferir la comida a trozos que los purés. Tanto era así que decidí olvidarme de triturarlo todo y empecé a beneficiarme de la comodidad de que mi retoño comiera ya casi lo mismo que nosotros a trocitos pequeños.
Después de las vacaciones de Navidad y con el añito cumplido empezó a ir a la guardería, no sabíamos cuánto tiempo le quedaba aún al socio en el trabajo y mi suegra estaba bastante cansada cada día de cuidar de un bebé tan "movidito" así que no tuve más remedio. Desde el minuto cero sus cuidadoras me comentaron lo bien que se entretenía él solo a sus anchas y lo rápido que se había adaptado. Nada que ver con los lloros que mi primogénito tenía cada mañana cuando empezó la misma etapa.
En casa también es muy independiente, la verdad es que si bien durante los primeros meses abusé de tenerlo en brazos y de amortizar la mochila ergonómica que me compré, desde que él empezó a gatear se dio cuenta de que un mundo nuevo se abría ante él y empezó a querer menos brazos para mi mayor angustia y su mayor deleite. Abrir cajones o grifos de agua, trastear entre los juguetes de su hermano o entre mis tupper de plástico, y revolucionarlo todo era mucho más interesante y divertido que permanecer quieto en brazos de mami.
Finalmente y para mi depresión total y absoluta ya hace semanas que observo que cuando nos acostamos a dormir el tío quiere huir literalmente de la cama. Me señala con el dedo fuera de la cama y yo siempre pienso que lo que quiere es más rato de juerga. El lunes por la noche ya fue la "cabose", en un intento desesperado por largarse de mi lado se puso de pie en la cama en un nanosegundo y sin yo tener tiempo a reaccionar saltó directamente al suelo de cabeza dándose tremendo chichón. Lo consolé, lo abracé, le puse árnica en el moratón y lo dejé en su cuna un segundo para evitar otra desgracia mientras entraba en mi baño a mear. Cuando salí estaba acurrucado abrazado a un osito de peluche, que suele servir de elemento decorativo en su cuna, y con la mano diciéndome adiós. Me quedé a cuadros. Lo dejé y allí se durmió tan pancho. Martes y miércoles volví a intentar dormirlo conmigo en mi cama como siempre y él vuelta a señalarme su cuna con el dedo. Con más pena que gloria lo dejé y allí se quedó relajado y frito.
En definitiva que el peque crece y demasiado deprisa, y la menda no está preparada para este "desapego" tan brusco hacia mí. Estoy tristona y lo echo de menos. Lo achucho, lo abrazo, lo beso, le digo que lo quiero y que lo venero y él sonríe. Pero cuando lo dejo a sus anchas sonríe aún más. Confío y espero que sea sólo una fase y que pronto necesite otra vez más apego a mí. Os juro que si algún día llego a casa y ha hecho la maleta para irse por la puerta entonces si que no lo supero....
La experiencia es un grado y creía ilusa de mí que alargaría la lactancia más tiempo que con mi mayor, lo cogería en brazos hasta "jartar" y que colecharíamos felices como perdices.
Pero mi pequeño como he dicho mil veces es el espíritu contrario de su hermano, un "rebelde" sin causa, un alma libre, un bebé muy independiente y resabido.
En Navidad comenzó a rechazarme el pecho, le di la culpa a las vacaciones y los horarios locos fuera de toda rutina, pero cuando volvimos a la normalidad, él siguió en sus trece hasta que al final di por concluida tristemente mi segunda lactancia materna cuando mi hijo cumplió su primer año.
También por aquellos días había empezado a preferir la comida a trozos que los purés. Tanto era así que decidí olvidarme de triturarlo todo y empecé a beneficiarme de la comodidad de que mi retoño comiera ya casi lo mismo que nosotros a trocitos pequeños.
Después de las vacaciones de Navidad y con el añito cumplido empezó a ir a la guardería, no sabíamos cuánto tiempo le quedaba aún al socio en el trabajo y mi suegra estaba bastante cansada cada día de cuidar de un bebé tan "movidito" así que no tuve más remedio. Desde el minuto cero sus cuidadoras me comentaron lo bien que se entretenía él solo a sus anchas y lo rápido que se había adaptado. Nada que ver con los lloros que mi primogénito tenía cada mañana cuando empezó la misma etapa.
En casa también es muy independiente, la verdad es que si bien durante los primeros meses abusé de tenerlo en brazos y de amortizar la mochila ergonómica que me compré, desde que él empezó a gatear se dio cuenta de que un mundo nuevo se abría ante él y empezó a querer menos brazos para mi mayor angustia y su mayor deleite. Abrir cajones o grifos de agua, trastear entre los juguetes de su hermano o entre mis tupper de plástico, y revolucionarlo todo era mucho más interesante y divertido que permanecer quieto en brazos de mami.
Finalmente y para mi depresión total y absoluta ya hace semanas que observo que cuando nos acostamos a dormir el tío quiere huir literalmente de la cama. Me señala con el dedo fuera de la cama y yo siempre pienso que lo que quiere es más rato de juerga. El lunes por la noche ya fue la "cabose", en un intento desesperado por largarse de mi lado se puso de pie en la cama en un nanosegundo y sin yo tener tiempo a reaccionar saltó directamente al suelo de cabeza dándose tremendo chichón. Lo consolé, lo abracé, le puse árnica en el moratón y lo dejé en su cuna un segundo para evitar otra desgracia mientras entraba en mi baño a mear. Cuando salí estaba acurrucado abrazado a un osito de peluche, que suele servir de elemento decorativo en su cuna, y con la mano diciéndome adiós. Me quedé a cuadros. Lo dejé y allí se durmió tan pancho. Martes y miércoles volví a intentar dormirlo conmigo en mi cama como siempre y él vuelta a señalarme su cuna con el dedo. Con más pena que gloria lo dejé y allí se quedó relajado y frito.
En definitiva que el peque crece y demasiado deprisa, y la menda no está preparada para este "desapego" tan brusco hacia mí. Estoy tristona y lo echo de menos. Lo achucho, lo abrazo, lo beso, le digo que lo quiero y que lo venero y él sonríe. Pero cuando lo dejo a sus anchas sonríe aún más. Confío y espero que sea sólo una fase y que pronto necesite otra vez más apego a mí. Os juro que si algún día llego a casa y ha hecho la maleta para irse por la puerta entonces si que no lo supero....
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