Tengo una amiga que tiene tres hijos y entre ellos no hay una diferencia superior a dos años. Como imaginaréis los primero tiempos fueron de locura pero ella siempre cuenta satisfecha que sobrevivió, mientras pone cara de superhéroe y mira al horizonte. Eso sí también narra que al primero le contaba hasta los pelos de la cabeza, el segundo tuvo que aprender precozmente a tomar sólo el biberón y al tercero, pobre, casi que le dio el pañal para que se lo cambiara solo.
Con números superiores de hijos, cuatros, cincos, y siga sumando, me imagino que si se quiere tener un poco de orden y concierto, ya no digo en casa que es mucho pedir, pero sí mental, hay que funcionar con disciplina militar digo yo. Nótese la ironía por favor. No seré tan osada en comprobarlo. Seguro que alguna de las valientes madres de familia numerosa de la blogsfera pueden aportar gustosamente su opinión.
En mi caso, con dos retoños, uno de cinco años camino de seis, y otro de un añito recién cumplido, mi salud mental, celebro, es bastante buena. De hecho aunque los momentos de estrés a ratos me superan un poquito, tampoco voy a hacerme la chula y decir que soy muy zen y tal. Sé que con mirarlos y ver su carita las penas ya son menos penas. Y la vida se ve de otro color.
Eso sí hay una máxima que aparece en cada una de las escenas de mi existencia y que me permite mantener la calma cuando mis dos soletes se empeñan en alterarla, que es más a menudo de lo que me gustaría, y ahora os la cuento porque a lo mejor os puede servir: carpe diem. Sí, justo es esta, aprovechad el momento, porque luego crecen y ya se acabó lo de acostarse a su lado a leer el cuento cada noche y dormir un rato abrazados después, se acabó reír largo y tendido después de una disquisición filosófica de su lengua de trapo, se acabó el jugar con ellos y vivir aventuras galácticas hiperchulas, o mirar sus ojitos asombrados cuando descubren algo nuevo. En definitiva se acabó añorar el concepto aburrimiento.
Y con esta premisa dejo mi vida transcurrir, con el segundo no puedo vivir estos momentos que he descrito con tanta intensidad porque cuando me quedo un nanosegundo embobada mirando su carita de ángel mientras duerme la siesta un plácido sábado por la tarde en mi cama, oigo el berrido del mayor que me reclama pidiendo que le busque con extremada urgencia el Playmobil médico de la ambulancia blanca que lleva chaqueta naranja y que es chica porque no lo encuentra, y lo necesita como mi jefe necesita los informes, para ayer. Yo presta y rauda corro para ayudar a mi heredero y cuando llego a la cocina y le grito ya estoy aquí, escucho a lo lejos los berridos del pequeño que con la exclamación se ha despertado y ya está llorando anunciando que da por finiquitada su breve siesta. Y entonces el mayor tiene que proseguir sus juegos con la ayuda de mi mano izquierda, ya que la derecha la uso para agasajar al pequeño con su merienda. Eso sí la gracia y el salero que tiene que el pequeño para comerse solito el jamón york y el pan es de otro planeta, pero sí estoy por comprarle langostinos porque estoy segura de que ya los pelaría con cuchillo y tenedor. Aisss me lo como!!!
Con números superiores de hijos, cuatros, cincos, y siga sumando, me imagino que si se quiere tener un poco de orden y concierto, ya no digo en casa que es mucho pedir, pero sí mental, hay que funcionar con disciplina militar digo yo. Nótese la ironía por favor. No seré tan osada en comprobarlo. Seguro que alguna de las valientes madres de familia numerosa de la blogsfera pueden aportar gustosamente su opinión.
En mi caso, con dos retoños, uno de cinco años camino de seis, y otro de un añito recién cumplido, mi salud mental, celebro, es bastante buena. De hecho aunque los momentos de estrés a ratos me superan un poquito, tampoco voy a hacerme la chula y decir que soy muy zen y tal. Sé que con mirarlos y ver su carita las penas ya son menos penas. Y la vida se ve de otro color.
Eso sí hay una máxima que aparece en cada una de las escenas de mi existencia y que me permite mantener la calma cuando mis dos soletes se empeñan en alterarla, que es más a menudo de lo que me gustaría, y ahora os la cuento porque a lo mejor os puede servir: carpe diem. Sí, justo es esta, aprovechad el momento, porque luego crecen y ya se acabó lo de acostarse a su lado a leer el cuento cada noche y dormir un rato abrazados después, se acabó reír largo y tendido después de una disquisición filosófica de su lengua de trapo, se acabó el jugar con ellos y vivir aventuras galácticas hiperchulas, o mirar sus ojitos asombrados cuando descubren algo nuevo. En definitiva se acabó añorar el concepto aburrimiento.
Y con esta premisa dejo mi vida transcurrir, con el segundo no puedo vivir estos momentos que he descrito con tanta intensidad porque cuando me quedo un nanosegundo embobada mirando su carita de ángel mientras duerme la siesta un plácido sábado por la tarde en mi cama, oigo el berrido del mayor que me reclama pidiendo que le busque con extremada urgencia el Playmobil médico de la ambulancia blanca que lleva chaqueta naranja y que es chica porque no lo encuentra, y lo necesita como mi jefe necesita los informes, para ayer. Yo presta y rauda corro para ayudar a mi heredero y cuando llego a la cocina y le grito ya estoy aquí, escucho a lo lejos los berridos del pequeño que con la exclamación se ha despertado y ya está llorando anunciando que da por finiquitada su breve siesta. Y entonces el mayor tiene que proseguir sus juegos con la ayuda de mi mano izquierda, ya que la derecha la uso para agasajar al pequeño con su merienda. Eso sí la gracia y el salero que tiene que el pequeño para comerse solito el jamón york y el pan es de otro planeta, pero sí estoy por comprarle langostinos porque estoy segura de que ya los pelaría con cuchillo y tenedor. Aisss me lo como!!!
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