La semana pasada estuve de vacaciones, siete días cortitos que pasé básicamente en casa descansando de este mes de junio tan horrible. En principio estos días de julio siempre los aprovechábamos para viajar. Pero la verdad es que este año con lo de mi padre se me pasaron las ganas de ir a ningún lado. Además ahorrar los eurillos del viaje también nos va bien, que no está el horno para gastos. Por no ir ni fuimos al pueblo, pero es que tenemos la suerte de vivir en un sitio perfecto, al lado de la playa, no lejos de la montaña, y con Barcelona a una distancia prudencial. Así que algunos días nos acercamos a pasar la mañana en la playa, la tenemos a 10 minutos de casa, subíamos luego a darnos un chapuzón en la piscina de nuestra urbanización y luego comida y relax en casita. Otro día nos acercamos a Barcelona a ver el Acuarium con el peque, nosotros ya lo conocíamos de antes, pero él no había estado nunca así que se lo pasó pipa. Otros días tuvimos médicos y consultas variadas, o por mí o por el peque. Y finalmente rematamos la semana con la fiesta de cumpleaños del peque ayer tarde. El día que murió mi padre era el día que íbamos a celebrar el cumpleaños de mi nene por todo lo alto con una fiesta para niños y mayores. La última conversación que mantuve con mi padre por teléfono fue precisamente en relación a esa fiesta, él llamaba para felicitar a su nieto, lo felicitó y después me puse yo al teléfono, nos despedimos con un hasta mañana, nos vemos en la fiesta. No llegó ese mañana para él. Al cabo de pocas horas moría por un derrame cerebral fatal. En fin como es evidente pospusimos la fiesta para cuando los ánimos estuvieran un poco mejor. Y ayer fue la fecha elegida. El evento salió todo lo redondo que podía salir sin que estuviera allí mi padre. Me emocioné en varias ocasiones y sigo emocionada ahora cuando escribo esto. Pero lo esencial es que mi hijo se lo pasó genial y esa felicidad suya me compensó todo mi pesar. Y esto fue todo, hoy vuelta a la rutina y al trabajo.
Abro los ojos de nuevo al mundo, despierto de una especie de ensoñación o pesadilla más bien, donde el mundo, mi mundo, se estaba desmoronando. Miro hacia mi alrededor y todo sigue bien. Mi sobrino es un bebé sano y regordete que no necesita estar conectado a una máquina y puede salir a pasear cada día por la calle. Nadie lleva mascarilla. No ha habido una avalancha de muertes inesperadas. Puedo abrazar a mi amiga después de un día duro para darle ánimo y nadie me mirará con cara de reprobación. Puedo planificar mi próxima escapada a un concierto, o mi próximo viaje, y no necesitaré un PCR negativo. No hay toque de queda. Puedo ver salir el sol. Comer una hamburguesa en la calle está bien. Hacerlo en una terraza también. No conozco el concepto distancia social. Lo más hidroalcohólico que tengo es el último gin tonic que tomé el sábado pasado. No hay pandemia. Y no he cometido ningún estúpido error. No he visto la cara B de la vida y no quiero verla. Pero desde mayo tengo una sonrisa
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