Estoy fatal, negativa, agobiada, la palabra exacta es abrumada. Y no tengo motivos aparentes para estarlo. En el trabajo stress cero, es agosto. El viernes pillo vacaciones. Mi marido ya las disfruta con lo que comparto por las tardes mi tiempo con él y con mi hijo, y lo pasamos genial jugando con nuestro peque, refrescándonos en la piscina de la urbanización o yendo de paseo hasta el parque más cercano o a tomar algo en alguna terracita. Además todo está bien, no hay nada por lo que tenga que preocuparme en exceso estos días y sin embargo estoy mal. Repito abrumada. Y lo estoy por culpa de un sentimiento que me embarga últimamente y que me tiene desconcertada. Me siento la peor de las madres del mundo y con muchas ganas de llorar.
La maternidad es sin duda el trabajo más difícil que existe. Ser madre es complejo y ser buena madre es un grado superior. Desde que nació mi hijo tuve dudas, como no, pero la felicidad por conseguir serlo tras casi dos años de intentos frustrados y de un aborto, lo borraba todo, lo diluía. Aún recuerdo el primer gran berrinche de mi hijo, una tarde de verano, estando sola en casa, agobiada, llamando a mi madre, a mi marido, porque mi retoño no paraba de llorar, hasta que lo llevé a su pediatra que me dijo con mucha sensatez que aquella era la primera de una lista de infinitas rabietas que mi hijo tendría a lo largo de su vida. Y después el tiempo y los primeros meses de la vida de mi hijo fueron fluyendo. Teniendo en cuenta siempre el instinto pero también dejándome influir por los consejos de quienes me rodeaban, no siempre acertadamente. Pero bueno errar es humano.
Fue relativamente fácil porque él siempre fue un bebé bastante tranquilo y muy dormilón. Le di pecho hasta los 15 meses y disfruté de ello. Pasó sus etapas complicadas, y las que quedan por llegar, pero las ha ido superando bien. Con la sólidos empezamos más bien tarde, él tomó pecho exclusivamente hasta los 6 meses, era buen comedor así que no tardó en acostumbrarse a la nueva alimentación, pero luego se trastocó un poco y me daba problemas al tomar muchas de las cosas que antes había comido perfectamente. Con el tiempo y paciencia volvimos a retomar la senda correcta y ahora es un niño que en general come bien. Con el sueño también hubo los más y los menos. Primero dormía bien, a los tres meses lo tuve que pasar del moises a la cuna, era tan grandote que no cabía el pobre. Ahí fue cuando salió de nuestro cuarto dado que en el piso en el que vivíamos entonces la habitación de matrimonio era pequeña y no cabía una cuna. Al principio dormía genial, casi de tirón toda la noche pero al cumplir el año cambió la rutina del sueño y empezó a despertarse varias veces. Como no es humano llegar todos los días al trabajo hecha una piltrafa y muerta optamos por el colecho y durante varios meses durmió con nosotros. Además llegó la mudanza a nuestro nuevo hogar, con un periodo intermedio de "okupas" en casa de la suegra, y muchos cambios para todos. Aquella fue una buena opción pero claro dormir los tres toda la noche en la cama apretados tampoco era demasiado comodo así que otra vez con paciencia y una caña me pasé tres semanas enseñando a mi hijo a dormir en su habitación. El cambio de casa ayudó, era un nuevo cuarto, con su camita (otra vez la cuna se le había quedado pequeña y se agobiaba), en fin un espacio por explorar. Y con una práctica cama nido debajo de la suya que me ayudaba a estar con él hasta que se durmiera de una forma cómoda. Ahora con casi 26 meses duerme en su habitación sin problemas y si alguna noche se despierta, me levanto me acomodo en el nido de abajo y ale a seguir tan frescos roncando.
Llegamos a las puertas de los dos años y todo parecía ir bien, el año había sido complicado con la mudanza y la entrada en la guarderia, pillando todos los virus habidos y por haber, muchos cambios para él, pero parecía que lo habíamos superado.
Y entonces llegó la OP, abreviatura de la operación pañal, el desastre absoluto. En la guarderia la profesora llevaba meses intentando convencerme para acometer el tema. Yo me negué, primera porque hacía frío y segunda porque no veía a mi hijo preparado. Si casi ni hablaba, del mama, papa, y yaya no lo sacabas. En junio con los dos años cumplidos y la lengua más suelta ya no pude postergar más la insistencia de su profesora, que es maravillosa y muy cariñosa con los niños, pero muy pesada también. Yo a mi peque no le veía preparado pero bueno al tema que nos pusimos. Pañal fuera y ale a hacer pipi y popo por todas partes. El niño se negaba a sentarse ni en el orinal ni en el WC adaptado. En la guarderia poco a poco lo iba haciendo, se aguantaba bastante el pipi y caca no hacía, pero al menos de tanto en tanto su profe lograba sentarlo en el orinal, en casa nada de nada. Tanto aguantaba la caca que el estreñimiento llamó a la puerta, se quedó y aún no se ha ido. Acabó la guarderia a finales de julio y la semana pasada en el pueblo con mis padres el tema del pañal siguió siendo un desastre. Mi madre se desesperaba porque en ningún caso quería sentarse en el orinal y al final acabó poniéndole el pañal para que al menos hiciera caca, porque estuvo cuatro días sin hacer. Por teléfono no paraba de repetirme que mi hijo no estaba preparado aún. Yo seguía hecha un lío, leyendo artículos en revistas, en foros de internet, en blogs, en libros, contrastando miles de opiniones y cada una distinta. Pero mi intuición una vez más me decía que no es el momento, pero claro luego lees que si una vez empiezas tiras atrás es un desastre y te asustas.
En fin que así estoy yo, hecha un lío, aterrorizada por miedo a meter la pata, e insegura con cada paso que tomo, aunque no sea al respecto del asunto del pañal. Y no puedo seguir así, no porque no disfruto de este momento y no voy por buen camino así.
Dejo constancia de todo esto aquí porque me desahogo y me va bien. Pero manda "guevs" que una cosa tan tonta me esté produciendo esta angustia que por supuesto mi hijo nota y que no es nada aconsejable en nuestra relación.
La maternidad es sin duda el trabajo más difícil que existe. Ser madre es complejo y ser buena madre es un grado superior. Desde que nació mi hijo tuve dudas, como no, pero la felicidad por conseguir serlo tras casi dos años de intentos frustrados y de un aborto, lo borraba todo, lo diluía. Aún recuerdo el primer gran berrinche de mi hijo, una tarde de verano, estando sola en casa, agobiada, llamando a mi madre, a mi marido, porque mi retoño no paraba de llorar, hasta que lo llevé a su pediatra que me dijo con mucha sensatez que aquella era la primera de una lista de infinitas rabietas que mi hijo tendría a lo largo de su vida. Y después el tiempo y los primeros meses de la vida de mi hijo fueron fluyendo. Teniendo en cuenta siempre el instinto pero también dejándome influir por los consejos de quienes me rodeaban, no siempre acertadamente. Pero bueno errar es humano.
Fue relativamente fácil porque él siempre fue un bebé bastante tranquilo y muy dormilón. Le di pecho hasta los 15 meses y disfruté de ello. Pasó sus etapas complicadas, y las que quedan por llegar, pero las ha ido superando bien. Con la sólidos empezamos más bien tarde, él tomó pecho exclusivamente hasta los 6 meses, era buen comedor así que no tardó en acostumbrarse a la nueva alimentación, pero luego se trastocó un poco y me daba problemas al tomar muchas de las cosas que antes había comido perfectamente. Con el tiempo y paciencia volvimos a retomar la senda correcta y ahora es un niño que en general come bien. Con el sueño también hubo los más y los menos. Primero dormía bien, a los tres meses lo tuve que pasar del moises a la cuna, era tan grandote que no cabía el pobre. Ahí fue cuando salió de nuestro cuarto dado que en el piso en el que vivíamos entonces la habitación de matrimonio era pequeña y no cabía una cuna. Al principio dormía genial, casi de tirón toda la noche pero al cumplir el año cambió la rutina del sueño y empezó a despertarse varias veces. Como no es humano llegar todos los días al trabajo hecha una piltrafa y muerta optamos por el colecho y durante varios meses durmió con nosotros. Además llegó la mudanza a nuestro nuevo hogar, con un periodo intermedio de "okupas" en casa de la suegra, y muchos cambios para todos. Aquella fue una buena opción pero claro dormir los tres toda la noche en la cama apretados tampoco era demasiado comodo así que otra vez con paciencia y una caña me pasé tres semanas enseñando a mi hijo a dormir en su habitación. El cambio de casa ayudó, era un nuevo cuarto, con su camita (otra vez la cuna se le había quedado pequeña y se agobiaba), en fin un espacio por explorar. Y con una práctica cama nido debajo de la suya que me ayudaba a estar con él hasta que se durmiera de una forma cómoda. Ahora con casi 26 meses duerme en su habitación sin problemas y si alguna noche se despierta, me levanto me acomodo en el nido de abajo y ale a seguir tan frescos roncando.
Llegamos a las puertas de los dos años y todo parecía ir bien, el año había sido complicado con la mudanza y la entrada en la guarderia, pillando todos los virus habidos y por haber, muchos cambios para él, pero parecía que lo habíamos superado.
Y entonces llegó la OP, abreviatura de la operación pañal, el desastre absoluto. En la guarderia la profesora llevaba meses intentando convencerme para acometer el tema. Yo me negué, primera porque hacía frío y segunda porque no veía a mi hijo preparado. Si casi ni hablaba, del mama, papa, y yaya no lo sacabas. En junio con los dos años cumplidos y la lengua más suelta ya no pude postergar más la insistencia de su profesora, que es maravillosa y muy cariñosa con los niños, pero muy pesada también. Yo a mi peque no le veía preparado pero bueno al tema que nos pusimos. Pañal fuera y ale a hacer pipi y popo por todas partes. El niño se negaba a sentarse ni en el orinal ni en el WC adaptado. En la guarderia poco a poco lo iba haciendo, se aguantaba bastante el pipi y caca no hacía, pero al menos de tanto en tanto su profe lograba sentarlo en el orinal, en casa nada de nada. Tanto aguantaba la caca que el estreñimiento llamó a la puerta, se quedó y aún no se ha ido. Acabó la guarderia a finales de julio y la semana pasada en el pueblo con mis padres el tema del pañal siguió siendo un desastre. Mi madre se desesperaba porque en ningún caso quería sentarse en el orinal y al final acabó poniéndole el pañal para que al menos hiciera caca, porque estuvo cuatro días sin hacer. Por teléfono no paraba de repetirme que mi hijo no estaba preparado aún. Yo seguía hecha un lío, leyendo artículos en revistas, en foros de internet, en blogs, en libros, contrastando miles de opiniones y cada una distinta. Pero mi intuición una vez más me decía que no es el momento, pero claro luego lees que si una vez empiezas tiras atrás es un desastre y te asustas.
En fin que así estoy yo, hecha un lío, aterrorizada por miedo a meter la pata, e insegura con cada paso que tomo, aunque no sea al respecto del asunto del pañal. Y no puedo seguir así, no porque no disfruto de este momento y no voy por buen camino así.
Dejo constancia de todo esto aquí porque me desahogo y me va bien. Pero manda "guevs" que una cosa tan tonta me esté produciendo esta angustia que por supuesto mi hijo nota y que no es nada aconsejable en nuestra relación.
Comentarios
Con la operacion pañal no tengo a nadie dandome la coña, pero con el paso de la cuna a la cama si, y es q son de un pesadito...
Yo tambien soy muy insegura y los primeros meses de vida de mi peque fueron muy duros ,tanto, que a pesar de querer tener otro hijo me lo replanteo al recordar aquellos primeros meses y se que no estoy preparada ahora para ello.
Pero si he aprendido algo en estos casi dos años es que de todo se sale, errando en muchas cosas por supuesto, yo me equivoque en muchas, las cuales intento no recordar para no sentirme cumpable.
El sentimiento de culpa se instalo en mi cuando nacio mi peque y creo q me acompañara una larga temporada, si no siempre.
Animo y un abrazo.
http://trocitosdmi.blogspot.com/2010/03/y-toca-sobre-control-de-esfinteres.html
Bueno espero que tu niño ya esté mejor de su faringitis, un besote!