Esto de las redes sociales es un jodido invento en el que me he negado a participar en redondo. Tengo poco tiempo libre, mi vida la copan mis tres hijos, mi casa, mi trabajo, mi marido y la suegra, que vive con nosotros desde hace unos meses, cuando la operaron de la cadera, y parece no tener intención de regresar a su hogar dulce hogar. Así que no puedo entretenerme delante del ordenador contando mi vida y colgando aquellas fotos de las pasadas navidades en las que parecíamos felices y al cabo de veinte minutos se nos acabó la felicidad a base de gritos y reproches variados.
Mi amiga Lucía no para de decirme lo guay que es esto del Twitter y lo alucinante que es el Facebook, y que si ha encontrado a su amiga tal de la universidad que ahora vive en Francia y que está casada con un galerista de prestigio y tal y tal, y yo la verdad es que hago oídos sordos a todas esas patrañas. O a su ex que ahora ha engordado unos veinte kilos y está desmejoradísimo, menos mal que lo dejó.
Pero hará cosa de un mes al entrar en el portátil de una compañera de trabajo vi que tenía configurado en la pantalla inicial del explorador el Facebook y la curiosidad me picó a traición. Usurpando su personalidad facebookera me puse a indagar por aquel extraño y virtual mundo y sin querer evitarlo, creo yo, te busqué. Y te encontré.
¿Cuánto tiempo ha pasado ya? Trece, catorce, quince años, que sé yo. Y ahí estabas tú, en tu perfil social visible al resto de la humanidad humana, tan guapo como siempre aunque ya peinando canas a mansalva. No había mucha más información de ti, había que ser tu amigo para ver más, y yo quería ver más.
Tuve que devolver al cabo de unos minutos aquel portátil y ya no pude averiguar más sobre ti. Dilema sobre la mesa entonces. Me hago un perfil de Facebook para pedirte que seas mi amigo, y que tu me aceptes, y retomar lazos contigo, de amistad por supuesto, que no quiero líos, pero y si vuelvo a caer en tu peligrosa red, y si, y si,... No ya decía yo que esto de las redes sociales era un jodido invento. Y no ha sido la respuesta, de momento, aunque... ¿y si me atrevo de nuevo otro día?
Al fin y al cabo siempre estará lo nuestro, siempre queda el recuerdo. Y así acabó la tercera parte, de momento...
Mi amiga Lucía no para de decirme lo guay que es esto del Twitter y lo alucinante que es el Facebook, y que si ha encontrado a su amiga tal de la universidad que ahora vive en Francia y que está casada con un galerista de prestigio y tal y tal, y yo la verdad es que hago oídos sordos a todas esas patrañas. O a su ex que ahora ha engordado unos veinte kilos y está desmejoradísimo, menos mal que lo dejó.
Pero hará cosa de un mes al entrar en el portátil de una compañera de trabajo vi que tenía configurado en la pantalla inicial del explorador el Facebook y la curiosidad me picó a traición. Usurpando su personalidad facebookera me puse a indagar por aquel extraño y virtual mundo y sin querer evitarlo, creo yo, te busqué. Y te encontré.
¿Cuánto tiempo ha pasado ya? Trece, catorce, quince años, que sé yo. Y ahí estabas tú, en tu perfil social visible al resto de la humanidad humana, tan guapo como siempre aunque ya peinando canas a mansalva. No había mucha más información de ti, había que ser tu amigo para ver más, y yo quería ver más.
Tuve que devolver al cabo de unos minutos aquel portátil y ya no pude averiguar más sobre ti. Dilema sobre la mesa entonces. Me hago un perfil de Facebook para pedirte que seas mi amigo, y que tu me aceptes, y retomar lazos contigo, de amistad por supuesto, que no quiero líos, pero y si vuelvo a caer en tu peligrosa red, y si, y si,... No ya decía yo que esto de las redes sociales era un jodido invento. Y no ha sido la respuesta, de momento, aunque... ¿y si me atrevo de nuevo otro día?
Al fin y al cabo siempre estará lo nuestro, siempre queda el recuerdo. Y así acabó la tercera parte, de momento...
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