Desde hace más de un mes mi vida se ha resumido en idas y venidas al pueblo diarias para dormir allí junto a mi baby al que cuidaba mi madre mientras un resfriado tras otro le atacaban sin piedad y le evitaban ir a la guarderia. Mi suegra está de baja, sigue de baja, y mi madre es ahora el recurso más valioso para conciliar vida familiar y laboral. Y a mí me va de perlas, porque puestos a vivir de "okupas" hasta que no tenga listo mi piso nuevo prefiero vivir en casa de mis padres que en casa de mi suegra.
Lo curioso es que hoy tras el último ataque de las hordas griposas que ha durado exactamente 12 días he llevado a mi peque a ese lugar que ya es como el gimnasio, lo pagas religiosamente cada mes y no vas nunca, y el disgusto ha sido máximo. Él, que estos días dormía hasta las diez de la mañana como un marqués y se echaba siestas de tres horas, ha tenido que hacer algo con lo que convivimos casi todos los mortales y que sin embargo odiamos, madrugar, y claro desde las siete de la mañana, hora a la que lo he despertado (dormíamos aún en el pueblo) hasta las nueve, hora a la que hemos llegado a la guarderia, sus lloros se oían desde Constantinopla y mi corazón se rompía en mil pedazos.
El día 1 de noviembre oficialmente concluía el periodo de adaptación según el programa educativo, nosotros estamos ya a 2 de diciembre y os juro que con la de pellas que hemos hecho ni de coña estamos adaptados a ella, ni él, ni yo, porque ya son más de las doce del mediodía y aún tengo el corazón encogido como un puño pensando en qué debe estar haciendo la cosita más bonita del mundo en medio de esa selva cruel que se me ha antojado a mí esta mañana la guarderia.
Lo curioso es que hoy tras el último ataque de las hordas griposas que ha durado exactamente 12 días he llevado a mi peque a ese lugar que ya es como el gimnasio, lo pagas religiosamente cada mes y no vas nunca, y el disgusto ha sido máximo. Él, que estos días dormía hasta las diez de la mañana como un marqués y se echaba siestas de tres horas, ha tenido que hacer algo con lo que convivimos casi todos los mortales y que sin embargo odiamos, madrugar, y claro desde las siete de la mañana, hora a la que lo he despertado (dormíamos aún en el pueblo) hasta las nueve, hora a la que hemos llegado a la guarderia, sus lloros se oían desde Constantinopla y mi corazón se rompía en mil pedazos.
El día 1 de noviembre oficialmente concluía el periodo de adaptación según el programa educativo, nosotros estamos ya a 2 de diciembre y os juro que con la de pellas que hemos hecho ni de coña estamos adaptados a ella, ni él, ni yo, porque ya son más de las doce del mediodía y aún tengo el corazón encogido como un puño pensando en qué debe estar haciendo la cosita más bonita del mundo en medio de esa selva cruel que se me ha antojado a mí esta mañana la guarderia.
Comentarios
Ya quedará menos para la estabilidad, ¿no? Lo digo por la casa nueva, el fin de la okupación a padres o suegros y la eliminación de las gripes (¿cuántas se puede coger uno cada otoño...?).
Y mucho ánimo, que dejar al pequeñajo así tiene que ser duro...
Tranquila, Arual, que tu hijo saldrá de ésta. Una vez hayas desaparecido habrá dejado de llorar y no la habrá vuelto a hacer hasta que te haya visto. Reconoce que es más listo que tú. Y asúmelo.
Te entiendo, porque, aunque no tengo hijos, tengo sobrinas, y me ha dado muchas veces penita el dejarlas, pero otras veces, al recogerlas, no se querían venir, jajaja. Así que muy mal no lo deben de pasar!!
Besos...