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La vida es sueño, pero la mía no.

Cualquiera que me escuche y me lea en días como hoy, en los que ando con la ojera permanente, la lagaña pegada, vagando cual alma en pena por la oficina, corre en serio peligro de matar, torturar y eliminar para siempre su instinto maternal. Aviso a navegantes.

Yo suelo tener carácter afable, pero, si no duermo, muerdo, soy letal. Anoche, y ya llevamos varias noches así, mi querido bebé se empeñó de nuevo en no dormir, ni él, ni todo bicho viviente a su lado. Era casi la una de la madrugada. Me había quedado en el sofá, por una vez y sin que sirva de precedente, a ver una película que me interesaba en la televisión. Como suele ser habitual en los canales convencionales la publicidad hizo que el largometraje hiciera honor a su nombre y fuera largo de verdad.

Pero la película en cuestión acabó al fin. Bostecé, me lavé los dientes y me dispuse a meterme en la camita y dormir lo que el calor asfixiante de estas noches de julio me permitiera. Pero en ese preciso instante mi bebé abrió el ojo y se puso a lloriquear en su cuna. Lo cogí y lo pasé a mi cama. Este movimiento lo hago muy rápido porque tengo mucha práctica y porque la cuna está casi pegada a mi cama. Le puse el chupete y él lo escupió. Mal vamos, pensé. El retoño se incorporó y empezó a zigzagear hacia la parte inferior de la cama para saltar e huir de allí. Yo lo cogí en brazos y lo volví a meter en la cama. La secuencia se repitió hasta el infinito y más allá.

Varios litros de lágrimas suyos y otros tantos de sudor mìos después, conseguí que mi bomboncito adorable se durmiera a las cuatro de la mañana. Mientras yo andaba en este periplo nocturno, mi socio, pobre de él, andaba en el suyo particular. Desde hace algunas noches nuestro mayor ya quiere dormir sin pañal, eso es maravilloso básicamente porque el mozo tiene seis años y porque los pañales adecuados a su tamaño parece que estén bañados en oro y diamantes porque cuestan un dineral a no ser que pilles alguna oferta molona en el hipermercado de turno.

Su enfermera en la revisión de los 6 años le preguntó como llevaba el tema y al responderle él que aún se hacía pipí por las noches en la cama ella le instó a superar esa fase. Él se picó y aquella misma noche nos dijo que "nunca mais" pañal para dormir. Así que el socio para evitar escapes nocturnos se pone el despertador un par de veces durante la noche para que el mozalbete haga pis. Actividad que por supuesto tiene a mi marido mortificado porque le corta el sueño, le desvela y el pobre se pasa más rato contando ovejitas de lo deseado.

Con todo lo que quiero contar es que realmente este sueño que llevamos los dos, el socio y yo, y estas noches toledanas que nos estamos pegando últimamente, no colaboran al buen ambiente y la armonía en casa. Hay ratos que el cansancio se apodera de los dos y estamos que literalmente mordemos como ya he comentado al principio. Los niños lo notan, se alteran, nos alteramos, acabamos gritando, y este ciclo sin fin no nos lleva a ningún buen puerto.

Hoy leía este artículo interesante de Gema Lendoiro, e imaginaba en mi estado actual de "zombiez" pura lo bien que me sentaría algo así, y no faltaría que fuera Menorca, vamos que pasaría la noche hasta en una tienda Quechua del Decatlhon más cercano, que no le hago ascos a nada y más si es por dormir seis, siete, pongamos ocho horas seguidas.

Aissssss que mi socio y yo no nos iríamos a retozar al hotel como conejos en celo, no, mi socio y yo aprovecharíamos el asueto para dormir, y ya luego si eso, pues lo que se tercie, pero primero dormir.

Qué infravalorado está el sueño, y como lo sueño yo, valga la redundancia...


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