Desde que deseé se madre por primera vez pensé que lo ideal sería poder ocuparme al 100% de mi descendencia como hizo mi madre conmigo y con mi hermana. Ella siempre fue y es ama de casa. Mi padre trabajaba mucho para que no nos faltase de nada pero ella siempre estaba allí. Puede que no fuésemos de vacaciones a lugares exóticos. Ni viviéramos con muchos lujos. Nuestra vida era normal pero teníamos a mamá.Yo sabía donde encontrarla, siempre estuvo cuando la necesité, y yo que crecí con ese modelo familiar pensé que mis hijos desearían algo igual para ellos. A veces lo confieso veía a algunas amigas cuyas madres trabajaban fuera de casa y reconozco que sentía cierta pena por ellas. Ya veis, qué tontería, pero para mí saber que mi madre estaba ahí, era un pilar fundamental que ahuyentaba todos mis miedos y me hizo crecer segura y fuerte. No sé si ella es consciente de lo agradecida que estoy por eso. Debo decírselo más.
Como he repetido hasta la saciedad y como se demostró posteriormente el trabajo de mi socio hacía tiempo que tenía visos de durar poco. Al final duró mucho más de lo previsto pero cuando me quedé embarazada de mi primer hijo tuve que aferrarme a la realidad y continuar trabajando, con reducción de jornada eso sí, por si las moscas.
Como bien es sabido este abril mi socio se quedó en paro al final tras la muerte más que anunciada de la empresa en la que trabajaba. En ese momento ya me había ampliado en la jornada viendo que el dinero no nos iba a venir mal. Me convertía en el principal sustento de casa. Además justo hace un par de meses me propusieron promocionar en la empresa así que la verdad me agarré fuerte a esa oportunidad laboral y acepté el reto de crecer profesionalmente. En ello estoy.
Para evitar el bajón de mi socio, los dos diseñamos una estrategia que creo que con sus más y con sus menos, porque el ego masculino a veces es mucho ego, está funcionando bien. Se trataba de pensar qué pasaría si las tornas hubieran sido contrarias. Mi deseo de estar con los pequeños al 100% se habría cumplido. Pero no era yo, era él, quien ahora tenía la oportunidad maravillosa de criar a nuestros hijos. Se había acabado el ir y venir de Aru corriendo para ocuparme de todo y no tener tiempo de nada. Y la verdad es que me siento satisfecha, mis hijos están con quien mejor deben estar. Salgo del trabajo y no me veo mirando el reloj por si llego a buscar a uno y llevar al otro a la extraescolar de turno con la lengua para fuera. Sé que su padre se encarga y ellos están sumamente felices.
La verdad es que en este contexto de cambio de roles lo más complicado es lidiar con las opiniones de los demás, como en tantas otras cosas ocurre. Mi socio explica que ahora se ocupa de los niños y la mayoría de la gente le consuela y le dice, tranquilo con tu curriculum pronto encontrarás algo. Es como un pésame encubierto, una mirada compasiva que no entiendo y aborrezco. ¿Acaso criar es algo tan horrible? Pues no, no lo es, y sino sólo hay que ver lo guapísimo y feliz que está mi socio. Y sí hemos tenido que ajustar mucho la economía familiar a las nuevas circunstancias, claro está pero estamos más tiempo juntos los cuatro de lo que hemos estado en la vida. Queda dicho. Está claro que mi socio no cierra las puertas a trabajar, está buscando empleo y aprovecha para acabar su grado en la universidad que lo tiene a medias. Pero también disfruta del momento y trata de dar la vuelta a la tuerca, a pesar de los pesares.
Como he repetido hasta la saciedad y como se demostró posteriormente el trabajo de mi socio hacía tiempo que tenía visos de durar poco. Al final duró mucho más de lo previsto pero cuando me quedé embarazada de mi primer hijo tuve que aferrarme a la realidad y continuar trabajando, con reducción de jornada eso sí, por si las moscas.
Como bien es sabido este abril mi socio se quedó en paro al final tras la muerte más que anunciada de la empresa en la que trabajaba. En ese momento ya me había ampliado en la jornada viendo que el dinero no nos iba a venir mal. Me convertía en el principal sustento de casa. Además justo hace un par de meses me propusieron promocionar en la empresa así que la verdad me agarré fuerte a esa oportunidad laboral y acepté el reto de crecer profesionalmente. En ello estoy.
Para evitar el bajón de mi socio, los dos diseñamos una estrategia que creo que con sus más y con sus menos, porque el ego masculino a veces es mucho ego, está funcionando bien. Se trataba de pensar qué pasaría si las tornas hubieran sido contrarias. Mi deseo de estar con los pequeños al 100% se habría cumplido. Pero no era yo, era él, quien ahora tenía la oportunidad maravillosa de criar a nuestros hijos. Se había acabado el ir y venir de Aru corriendo para ocuparme de todo y no tener tiempo de nada. Y la verdad es que me siento satisfecha, mis hijos están con quien mejor deben estar. Salgo del trabajo y no me veo mirando el reloj por si llego a buscar a uno y llevar al otro a la extraescolar de turno con la lengua para fuera. Sé que su padre se encarga y ellos están sumamente felices.
La verdad es que en este contexto de cambio de roles lo más complicado es lidiar con las opiniones de los demás, como en tantas otras cosas ocurre. Mi socio explica que ahora se ocupa de los niños y la mayoría de la gente le consuela y le dice, tranquilo con tu curriculum pronto encontrarás algo. Es como un pésame encubierto, una mirada compasiva que no entiendo y aborrezco. ¿Acaso criar es algo tan horrible? Pues no, no lo es, y sino sólo hay que ver lo guapísimo y feliz que está mi socio. Y sí hemos tenido que ajustar mucho la economía familiar a las nuevas circunstancias, claro está pero estamos más tiempo juntos los cuatro de lo que hemos estado en la vida. Queda dicho. Está claro que mi socio no cierra las puertas a trabajar, está buscando empleo y aprovecha para acabar su grado en la universidad que lo tiene a medias. Pero también disfruta del momento y trata de dar la vuelta a la tuerca, a pesar de los pesares.
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