Definitivamente octubre mola además de porque empieza a refrescar un poco, no mucho este año, pero sí un poco, porque vuelve a nuestras vidas para enriquecerlas, alegrarlas y motivarlas, dos de las series más esperadas por una servidora, Homeland y The Walking Dead.
Las dos premieres de temporada han sido impactantes, tanto que han calmado las ansías que nos dejaron las respectivas finales.
En Homeland el regreso de Carrie a las trincheras de Oriente Medio, donde se encuentra ahora su ex-compañero Saul, tras un largo tiempo apartada del mundo del espionaje y dedicada a la docencia, sumado a los misterios que esconde el Sargento Brody, ahora ya como congresista de éxito camino a la Casa Blanca nos deja entrever otra temporada de infarto. El capítulo se engrandece al contener momentos de elevada emoción como el descubrimiento de la esposa de Brody de su conversión al islamismo, o la cercanía del momento de elegir bando a la que se enfrenta el protagonista de esta apasionante serie.
The Walking Dead por su parte ha vuelto a las pantallas también por la puerta grande, con un capítulo inicial que muchos califican ya de obra maestra por sus dosis a partes iguales de zombies, acción y drama. Nos situamos varios meses después del momento en que nos quedamos, según se desprende del avanzado estado de gestación de Lori. Averiguamos por fin qué aspecto tiene la prisión que se dejó vislumbrar en el final de la segunda temporada ya que Rick y su grupo se adentran en ella, y por fin sabemos un poquito más sobre el mítico personaje de Michonne, tan esperado por los fans del cómic que inspira la serie. Vamos que yo propiamente ya estoy esperando el capítulo dos como agua de mayo.
No es para menos verdad?
Abro los ojos de nuevo al mundo, despierto de una especie de ensoñación o pesadilla más bien, donde el mundo, mi mundo, se estaba desmoronando. Miro hacia mi alrededor y todo sigue bien. Mi sobrino es un bebé sano y regordete que no necesita estar conectado a una máquina y puede salir a pasear cada día por la calle. Nadie lleva mascarilla. No ha habido una avalancha de muertes inesperadas. Puedo abrazar a mi amiga después de un día duro para darle ánimo y nadie me mirará con cara de reprobación. Puedo planificar mi próxima escapada a un concierto, o mi próximo viaje, y no necesitaré un PCR negativo. No hay toque de queda. Puedo ver salir el sol. Comer una hamburguesa en la calle está bien. Hacerlo en una terraza también. No conozco el concepto distancia social. Lo más hidroalcohólico que tengo es el último gin tonic que tomé el sábado pasado. No hay pandemia. Y no he cometido ningún estúpido error. No he visto la cara B de la vida y no quiero verla. Pero desde mayo tengo una sonrisa
Comentarios