Así igual que Bill Murray en pleno Tokio en una de mis pelis de cabecera me siento yo con esta mudanza de locos. Dos semanas de plazo y como en aquella serie ochentera los problemas crecen. Si empezamos con brío el fin de semana el lunes paramos en seco, otro de esos virus que mi hijo conoce en la guarderia y los invita a casa así tan frescamente (ya le he dicho que no hace falta ser tan enrollado y dárselas de buen anfitrión) se instaló en nuestro hogar justo esa noche. Esta vez se llamaba gastroenteritis y nos tuvo a los tres, papa, mama y nene, como las fuentes de Montjuic, no sé si me explico bien. Afortundamente nuestra invitada parece que se ha ido ya de casa y ahora podemos "normalizar", pillemos ese concepto con pinzas, nuestra vida. Hoy jueves, tres días después, hemos retomado la tarea de empaquetamiento y una no deja de sorprenderse con la cantidad de tonterias y chorradas que es capaz de almacenar. Abrir un cajón y encontrarme una servilleta con un número de teléfono de alguien a quien eres incapaz de identificar. Desenterrar en el armario una camiseta del año 93, y sé que es de ese año e incluso anterior, porque la llevo en una de las fotos de mi viaje de final de curso a Grecia. Ni soy capaz de averiguar en qué siglo fue la última vez que me la puse. Y lo más curioso es que en mi vida por lo menos desde ese momento han habido ya unas cuatro o cinco mudanzas, ¿qué criterio habré seguido anteriormente al guardar mis pertenencias? No lo sé ni yo. Y así un largo etcétera de cachibaches totalmente inútiles que ocupaban un espacio valiosísimo en mi ya casi ex-piso. Si al final aquella ministra de la vivienda tan salada que teníamos debía tener razón en eso de que un piso de 40 metros cuadrados va sobrado, imaginaros lo que he hecho yo en estos últimos ocho años en uno que es el doble de grande. En fin prometo seguir informando...
Te hablo de unas coordenadas. Te hablo de un punto en el mundo. En la tierra. Un punto de inflexión en mi vida. En tu vida. En la nuestra. Y un día de abril por la tarde dimos el paso. Ahora ya no hay marcha atrás. Hace 12 años que mi corazón late más fuerte de lo normal. A veces lo hace a un ritmo pausado pero cuando te siento mi pulso se acelera y ya no hay marcha atrás. No había sido mujer de flirteos jamás. De hecho creo que no sé flirtear. Y me ha desconcertado siempre que alguien intente flirtear conmigo. Pero recuerdo cuando tú empezaste a hacerlo conmigo tan directamente, en aquel entorno virtual que ahora me parece lejano y confuso. Tocaste mi fibra sensible hablándome de lo que sabes que me apasiona, el cine. Y quise huir. Me resistí. Sabía que no estaba bien. Pero qué es lo bueno y lo malo? Cómo puede ser malo algo que te hace sentir feliz? La distancia fue una bendición para salvar el peligro que suponía sentirme tan atraída por ti. Una vez nos acercamos...
Comentarios
¿Felicidades en el nuevo domicilio! a quién se muda Dios lo ayuda....un viejo dicho que acabo de reciclar