Alguna vez se ha hablado por aquí de lo demoníacos que suelen ser los parques infantiles. Pero de lo que no se ha dicho ni "mu" es de lo terribles que son las fiestas de cumpleaños infantiles. Ayer tuve el "privilegio" de asisitir a una de ellas. Mi compañera de trabajo y amiga organizó una fiesta por todo lo alto para celebrar el cumpleaños de su hija de 8 años. Todos los años me invita pero normalmente por estas fechas una servidora solía estar de vacaciones perdida por algún lugar del mundo o en el pueblo y tenía una excusa para no asistir. Este año trabajando y con un pequeño en la familia la excusa ya era más complicada. Así que mi marido y yo decidimos asistir con nuestro hijo al evento cuando ella me llamó y me dijo que su niña quería que el mío asistiera a su cumpleaños.
La fiesta era en casa de mi amiga, un precioso chalet con una fantástica terraza y una no menos fantástica piscina que hizo las delicias de todos los invitados. Galletas saladas, gusanitos, bocadillos de choped, de queso, de jamón de york y Fantas a mansalva fueron el refrigerio elegido. Eso sí todo servido en platitos y tacitas de Hello Kitty que hacían juego con el mantel y como no con las servilletas dispuestas en la mesa y también con el pastel de golosinas final.
Nosotros llegamos tarde a propósito. Nos perdimos media tarde en la playita y cuando empezó a caer el sol nos dirigimos a la fiesta. Los gritos de los niños se oían a lo lejos al aparcar el coche. Sin duda la diversión había empezado. Tratando de abrir la puerta de la valla del jardín e introducir el cochecito con mi hijo montado en él varios niños en bañador y armados con potentes pistolas de agua nos atacaron y casi me atropellan al tratar de esquivarlos con destreza y maña.
Llegamos con éxito a la parte trasera de la casa tras sortear a otro grupo de niños que en ese momento escuchaba atento las indicaciones de la anfitriona de la casa para organizar un juego de adivinanzas al parecer terriblemente divertido.
La asistencia había sido muy exitosa, podríamos decir que había aforo completo. Calculé que por lo menos 40 críos gritones campaban a sus anchas por el recinto.
Dimos los besos de rigor a los invitados que conocíamos y dejé que mi hijo bajara del carro. Él tan "social" como siempre se apostó al lado de un macetero repleto de piedrecitas y allí se entretuvo redecorándolo una y otra vez, ignorando por completo la actividad bulliciosa del resto de niños en la fiesta.
La verdad es que la actitud de mi hijo tampoco distaba mucho de la mía o la de mi marido. Tras unas cuantas conversaciones cortas con unos y otros, y siempre sin perder de vista a mi pequeño que una y otra vez confundía las piedrecitas del macetero con deliciosas galletitas y se las metía en la boca, nos plantamos en una esquina a un distancia prudencial de la piscina para no acabar completamente duchados por los saltos y chapuzones escandalosos de los niños que andaban disfrutándola y nos miramos el uno al otro. Al rato mi amiga agotada y acalorada se acercó a saludarnos y con carita de circunstancia me dijo: "Ya ves lo que te espera".
Fue en ese momento cuando me di cuenta cuán grande tiene que ser el amor de una madre para montar semejante pollo y tener contenta a su hija. No hay otra explicación. Igual yo dentro de unos años soy mucho peor.
La fiesta era en casa de mi amiga, un precioso chalet con una fantástica terraza y una no menos fantástica piscina que hizo las delicias de todos los invitados. Galletas saladas, gusanitos, bocadillos de choped, de queso, de jamón de york y Fantas a mansalva fueron el refrigerio elegido. Eso sí todo servido en platitos y tacitas de Hello Kitty que hacían juego con el mantel y como no con las servilletas dispuestas en la mesa y también con el pastel de golosinas final.
Nosotros llegamos tarde a propósito. Nos perdimos media tarde en la playita y cuando empezó a caer el sol nos dirigimos a la fiesta. Los gritos de los niños se oían a lo lejos al aparcar el coche. Sin duda la diversión había empezado. Tratando de abrir la puerta de la valla del jardín e introducir el cochecito con mi hijo montado en él varios niños en bañador y armados con potentes pistolas de agua nos atacaron y casi me atropellan al tratar de esquivarlos con destreza y maña.
Llegamos con éxito a la parte trasera de la casa tras sortear a otro grupo de niños que en ese momento escuchaba atento las indicaciones de la anfitriona de la casa para organizar un juego de adivinanzas al parecer terriblemente divertido.
La asistencia había sido muy exitosa, podríamos decir que había aforo completo. Calculé que por lo menos 40 críos gritones campaban a sus anchas por el recinto.
Dimos los besos de rigor a los invitados que conocíamos y dejé que mi hijo bajara del carro. Él tan "social" como siempre se apostó al lado de un macetero repleto de piedrecitas y allí se entretuvo redecorándolo una y otra vez, ignorando por completo la actividad bulliciosa del resto de niños en la fiesta.
La verdad es que la actitud de mi hijo tampoco distaba mucho de la mía o la de mi marido. Tras unas cuantas conversaciones cortas con unos y otros, y siempre sin perder de vista a mi pequeño que una y otra vez confundía las piedrecitas del macetero con deliciosas galletitas y se las metía en la boca, nos plantamos en una esquina a un distancia prudencial de la piscina para no acabar completamente duchados por los saltos y chapuzones escandalosos de los niños que andaban disfrutándola y nos miramos el uno al otro. Al rato mi amiga agotada y acalorada se acercó a saludarnos y con carita de circunstancia me dijo: "Ya ves lo que te espera".
Fue en ese momento cuando me di cuenta cuán grande tiene que ser el amor de una madre para montar semejante pollo y tener contenta a su hija. No hay otra explicación. Igual yo dentro de unos años soy mucho peor.
Comentarios
Yo no creo haber tenido ninguna fiesta de cumpleaños con más de diez amigos. Y mi pequeña sobrina postiza, con tres añitos y medio, no disfruta de grandes aglomeraciones de niños, más bien al contrario...
No lo pienses... Si al final siempre decide el niño, je, je, je...
Me suena eso de los cumpleaños en los parques esos de bolas con tu hijo y sus compañeros de colegio, ellos incansables sudando, tú sin saber de qué hablar con los otros padres. Me resulta familiar.
¿Prueba de amor? La mayor que existe. Seguro.
Impenitente, Hello Kitty es de tu familia como Pocoyó es de la mía, siempre viaja con nosotros vayamos donde vayamos.