Uno puede plantearse muchos tipos de objetivos en la vida. En mi caso que soy bastante simple los clasifico en tres niveles: los de primera necesidad (como hacer la colada, si no la haces el monstruo del cajón de la ropa sucia despierta de su letargo y te come), los de calado profundo (como por ejemplo tener un hijo, escribir un libro o plantar un árbol) y los inherentes a mi tozudez, y de uno de estos últimos os quiero hablar hoy.
Si pensabáis que lo mejor de mis vacaciones fue el viaje a Londres y París, o las fiestas patronales, os equivocáis de pleno. Lo mejor sin duda alguna fue avistar y alcanzar el Pi Gros, un pino que tiene la particularidad de ser el de mayor diámetro de la Península Ibérica. Ese instante preciso me produjo más satisfacción que el gol que le dió la última Champions al Barça de mis amores. Dicen que a la tercera va la vencida pero una vez más el refranero popular se equivoca, y es que a la segunda a veces ya cae. Y efectivamente así sucedió.
Era un bonito viernes de agosto que amaneció como casi todo el mes: nublado y fresco. Estábamos de vacaciones mi marido y yo y el plan inicial para aquel día era ir con un grupo de amigos a avistar buitres a un comedero cercano a mi pueblo. Plan del que buena cuenta fotográfica hice en Diversidad Diacrítica.
Sobre las diez y media el plan estaba acometido y nos encontrábamos desayundando ya en una cafetería del pueblo y pensando en qué emplear las siguientes horas ociosas de aquella jornada. Pensando y pensando me acordé de una espinita que tenía yo clavada desde el pasado mes de febrero cuando en una excursión que hicimos als Ports de Beseit mi marido y yo no logramos encontrar el famoso Pi Gros y propuse a mis amigos intentar encontrarlo todos juntos. Supongo que la ausencia de otros planes mejores hicieron que la idea pareciera buena. Así que cogimos un par de todoterrenos, uno el mío propio, y nos aventuramos a encontrar el famoso pino. La ruta elegida fue una sugerencia de mi estimado esposo que tras una dilatada experiencia de motero "destroza-naturaleza" de enduro sábado sí, sábado también, se autoproclamó experto en geografía local. Enfilamos rumbo a Fredes y desde allí dirección Pantano de la Senia por las profundidades de Els Ports a través de una pista que puso a prueba la dureza, la dirección y el equilibrismo de los vehículos en los que íbamos montados, y la dureza, la dirección y el equilibrismo de los desayunos tomados en nuestros respectivos estómagos. Recorrimos pocos kilómetros por aquel tortuoso camino pero se hicieron eternos, como una película de Garci pero sin blanco y negro. Nos vimos obligados a usar la reductora casi todo el trayecto. Por fin avistamos el punto exacto donde mi marido y yo habíamos dejado el coche en la anterior ocasión. Desde allí el resto de la ruta se hacía a pie. En la anterior ocasión habíamos accedido hasta allí desde el lado del Montsià, desde La Senia. Tomamos las indicaciones de una guía de rutas locales que amablemente me había prestado mi hermana. Y tratando de emular al pie de la letra, o más bien, al pie de la senda pedregosa de pendiente imposible, nos enfilamos hacia nuestro destino. No debíamos llevar mucho rato subiendo aquella cuesta infernal cuando empecé a notar que mi respiración se entrecortaba. Paré en seco, inspiré hondo, eché un vistazo a mi alrededor, y las bellas vistas que me rodeaban me insuflaron el aliento necesario para continuar con aquella epopeya.
Seguimos ascendiendo y por fin accedimos a una senda más llana. Allí oimos voces y efectivamente intuímos que no quedaba mucho hasta nuestro destino final. La guía era clara había que seguir un buen trecho más sin desviarnos de la senda hasta encontrar a los veinticinco minutos de camino más o menos la senda escondida que nos llevarías hasta el Pi Gros. Tan felices nos las pintábamos cuando por fin nos encontramos con los dueños de las voces que habíamos escuchado minutos antes. Eran un grupo de variada edad, debían ser familia, con perro incluído que nos preguntaron cómo llegar hasta el Pi Gros. Extrañados les respondimos que creíamos que el famoso árbol se encontraba justo en la dirección desde la que ellos venían andando, a lo que nos alegaron que era imposible, dado que habían rastreado toda aquella zona sin lograr encontrar el dichoso pino. Confiados les hicimos caso y nos desviamos todos juntos por una senda estrecha y más tortuosa si cabe que se dibujaba a la derecha de nuestro camino. Yo no llevaba más de cinco minutos ascendiendo y creí morir. Era imposible que el arbolito de los cojones estuviera tan escondido, tenía que ser más sencillo, ya que aquel sendero que habíamos tomado cada vez se parecía menos a un sendero y más a un simple terraplén. Saqué los hígados por completo y juré que jamás volvería a fumar, luego me acordé que no fumo, pero daba igual quedaba bien hacer un juramento así en mitad del bosque. Cabreada, asqueada y con ganas de vomitar les comuniqué a mis amigos que yo me plantaba, que no seguía, que era imposible que el puto pinito estuviera tan lejos del camino principal, cuando entonces, uno de mi grupo, el más avanzado gritó fuerte: "Ya lo veo!". Una luz de esperanza iluminó todo mi rostro y me inyectó fuerza en vena para continuar. Seguímos campo a través, aquella ruta hacía rato que había dejado de ser una senda, y así estuvimos casi dos horas sin tener éxito. Tenía hambre, sed, sueño, cansancio, y ganas irreprimibles de asesinar a alguien, pero nada de todo aquello servía para que Dios se apiadase de mi alma y de mis pies y me pusiera el pino mandarino delante de mis ojos. Pero al fin cuando ya lo daba por perdido, cuando todo me importaba un pimiento y entré en la fase más pasota otro gritó me despertó de mi ensimismamiento más profundo: "Ahora sí! Es este, ya veo el cable!" (el pino está tan jodido el pobre que lo aguantan con un cable, le quedan dos telediarios, como a mí en aquel justo momento claro). Y efectivamente fue así, alcé la vista y el Pi Gros se dibujó ante mí como una visión divina, como un oasis en mitad del desierto, sólo que allí ni había agua ni comida, ni un mísero chiringuito. Pero qué bonito momento, por fín me hallaba ante el ansiado objetivo, había que inmortalizar el momento, aunque fuera con riesgo de darme un hostión de muerte.
Y colorín colorado este cuento se acabado, otro objetivo cumplido, vimos el pino, gritamos como locos, nos reímos, nos "jartamos" de hacer fotos, y entonces miramos el reloj y nos dimos cuenta de que ya no era hora de comer, sino de merendar, así que emprendimos el camino, más sencillo y más evidente, de vuelta al coche, no sin antes beber un poco de agua en la encantadora "Font del Retaule" que encontramos muy cerca de allí, y justo al lado de la senda fácil que en pocos minutos nos llevaría al lugar donde se encontraban estacionados nuestros vehículos.
Si pensabáis que lo mejor de mis vacaciones fue el viaje a Londres y París, o las fiestas patronales, os equivocáis de pleno. Lo mejor sin duda alguna fue avistar y alcanzar el Pi Gros, un pino que tiene la particularidad de ser el de mayor diámetro de la Península Ibérica. Ese instante preciso me produjo más satisfacción que el gol que le dió la última Champions al Barça de mis amores. Dicen que a la tercera va la vencida pero una vez más el refranero popular se equivoca, y es que a la segunda a veces ya cae. Y efectivamente así sucedió.
Era un bonito viernes de agosto que amaneció como casi todo el mes: nublado y fresco. Estábamos de vacaciones mi marido y yo y el plan inicial para aquel día era ir con un grupo de amigos a avistar buitres a un comedero cercano a mi pueblo. Plan del que buena cuenta fotográfica hice en Diversidad Diacrítica.
Sobre las diez y media el plan estaba acometido y nos encontrábamos desayundando ya en una cafetería del pueblo y pensando en qué emplear las siguientes horas ociosas de aquella jornada. Pensando y pensando me acordé de una espinita que tenía yo clavada desde el pasado mes de febrero cuando en una excursión que hicimos als Ports de Beseit mi marido y yo no logramos encontrar el famoso Pi Gros y propuse a mis amigos intentar encontrarlo todos juntos. Supongo que la ausencia de otros planes mejores hicieron que la idea pareciera buena. Así que cogimos un par de todoterrenos, uno el mío propio, y nos aventuramos a encontrar el famoso pino. La ruta elegida fue una sugerencia de mi estimado esposo que tras una dilatada experiencia de motero "destroza-naturaleza" de enduro sábado sí, sábado también, se autoproclamó experto en geografía local. Enfilamos rumbo a Fredes y desde allí dirección Pantano de la Senia por las profundidades de Els Ports a través de una pista que puso a prueba la dureza, la dirección y el equilibrismo de los vehículos en los que íbamos montados, y la dureza, la dirección y el equilibrismo de los desayunos tomados en nuestros respectivos estómagos. Recorrimos pocos kilómetros por aquel tortuoso camino pero se hicieron eternos, como una película de Garci pero sin blanco y negro. Nos vimos obligados a usar la reductora casi todo el trayecto. Por fin avistamos el punto exacto donde mi marido y yo habíamos dejado el coche en la anterior ocasión. Desde allí el resto de la ruta se hacía a pie. En la anterior ocasión habíamos accedido hasta allí desde el lado del Montsià, desde La Senia. Tomamos las indicaciones de una guía de rutas locales que amablemente me había prestado mi hermana. Y tratando de emular al pie de la letra, o más bien, al pie de la senda pedregosa de pendiente imposible, nos enfilamos hacia nuestro destino. No debíamos llevar mucho rato subiendo aquella cuesta infernal cuando empecé a notar que mi respiración se entrecortaba. Paré en seco, inspiré hondo, eché un vistazo a mi alrededor, y las bellas vistas que me rodeaban me insuflaron el aliento necesario para continuar con aquella epopeya.
Seguimos ascendiendo y por fin accedimos a una senda más llana. Allí oimos voces y efectivamente intuímos que no quedaba mucho hasta nuestro destino final. La guía era clara había que seguir un buen trecho más sin desviarnos de la senda hasta encontrar a los veinticinco minutos de camino más o menos la senda escondida que nos llevarías hasta el Pi Gros. Tan felices nos las pintábamos cuando por fin nos encontramos con los dueños de las voces que habíamos escuchado minutos antes. Eran un grupo de variada edad, debían ser familia, con perro incluído que nos preguntaron cómo llegar hasta el Pi Gros. Extrañados les respondimos que creíamos que el famoso árbol se encontraba justo en la dirección desde la que ellos venían andando, a lo que nos alegaron que era imposible, dado que habían rastreado toda aquella zona sin lograr encontrar el dichoso pino. Confiados les hicimos caso y nos desviamos todos juntos por una senda estrecha y más tortuosa si cabe que se dibujaba a la derecha de nuestro camino. Yo no llevaba más de cinco minutos ascendiendo y creí morir. Era imposible que el arbolito de los cojones estuviera tan escondido, tenía que ser más sencillo, ya que aquel sendero que habíamos tomado cada vez se parecía menos a un sendero y más a un simple terraplén. Saqué los hígados por completo y juré que jamás volvería a fumar, luego me acordé que no fumo, pero daba igual quedaba bien hacer un juramento así en mitad del bosque. Cabreada, asqueada y con ganas de vomitar les comuniqué a mis amigos que yo me plantaba, que no seguía, que era imposible que el puto pinito estuviera tan lejos del camino principal, cuando entonces, uno de mi grupo, el más avanzado gritó fuerte: "Ya lo veo!". Una luz de esperanza iluminó todo mi rostro y me inyectó fuerza en vena para continuar. Seguímos campo a través, aquella ruta hacía rato que había dejado de ser una senda, y así estuvimos casi dos horas sin tener éxito. Tenía hambre, sed, sueño, cansancio, y ganas irreprimibles de asesinar a alguien, pero nada de todo aquello servía para que Dios se apiadase de mi alma y de mis pies y me pusiera el pino mandarino delante de mis ojos. Pero al fin cuando ya lo daba por perdido, cuando todo me importaba un pimiento y entré en la fase más pasota otro gritó me despertó de mi ensimismamiento más profundo: "Ahora sí! Es este, ya veo el cable!" (el pino está tan jodido el pobre que lo aguantan con un cable, le quedan dos telediarios, como a mí en aquel justo momento claro). Y efectivamente fue así, alcé la vista y el Pi Gros se dibujó ante mí como una visión divina, como un oasis en mitad del desierto, sólo que allí ni había agua ni comida, ni un mísero chiringuito. Pero qué bonito momento, por fín me hallaba ante el ansiado objetivo, había que inmortalizar el momento, aunque fuera con riesgo de darme un hostión de muerte.
Y colorín colorado este cuento se acabado, otro objetivo cumplido, vimos el pino, gritamos como locos, nos reímos, nos "jartamos" de hacer fotos, y entonces miramos el reloj y nos dimos cuenta de que ya no era hora de comer, sino de merendar, así que emprendimos el camino, más sencillo y más evidente, de vuelta al coche, no sin antes beber un poco de agua en la encantadora "Font del Retaule" que encontramos muy cerca de allí, y justo al lado de la senda fácil que en pocos minutos nos llevaría al lugar donde se encontraban estacionados nuestros vehículos.
Comentarios
Salud!
Raquel: Sí valió la pena!!
Zar: Pero hijo mío ¿tú has leido el título del post? La cabra tira al monte, yo no, tú como deportista debes saber que para una vagueta de tomo y lomo tardar más de media hora en encontrar algo en el bosque es un infierno, y más si es cuesta arriba, jeje!
ahora estoy aún más orgulloso de ti si cabe :-)
besitos arbóreos
eres una aventurera!!!!
deberé salir contigo y cargarte la mochila (sé usar la brújula y el teodolito) pero las ganas las pones tú.
Mari: Jeje!! Las aventuras vienen a mí, te tomo la palabra de la salida campestre!
Creo intuir el mérito de tu escapada, en proporción es como llegar al everest.
Salud!
Duna: Que va no está nada señalizado, y lo hacen por el bien del pino, para conservarlo, cosa que veo bien, la avalancha de visitas no es recomendable para el pobre...
Yo hace mucho que no tengo la ocasión de, mochila a hombros, investigar parajes increibles como el que describes, pero hace 3 años, vimos en Jaén, unas cataratas de las que ahora mismo no recuerdo el nombre, y l acaminata fué de lo mas emocionante. Lo que pasa es que llegamos muertecitos!!! Al regresar, llamábamos al perro y el pobre nos volvía la cara como diciendo.. "si piensan estos que voy a ir otra vez con ellos van apañaos" jajaja.
Besos cielo.
y todo por un pino de ese diametro.