A las seis y media en punto como cada miércoles Elena sale de su clase de inglés. Lo hace con prisas porque para ella es muy importante llegar a tiempo a la parada de autobuses y coger el 24 que pasa a les siete menos cuarto. Cierra el cuaderno con decisión en el momento exacto en el que la aguja larga de su reloj se estaciona sobre el seis y recoge todas las pertenencias en su gran bolso, se pone el abrigo y sale como alma que lleva el diablo. Cuando gira la última esquina observa como la gran silueta del vehículo se asoma al principio de la avenida, respira hondo y se relaja, una vez más lo ha conseguido, no perderá el autobús, así que busca el bono en el bolsillo y se dispone a esperar aquellos breves instantes con una amplia sonrisa en la cara. Y tiene motivos para alegrarse en aquel momento porque sentado en la parte trasera del 24 está Adrián, como cada semana, a la hora exacta, regresando hacia su hogar.
Adrián es el vecino de Elena y su amor platónico. Vive en el mismo edificio que ella desde hace un año. Justo desde el momento en que David la dejó. Elena pensó que jamás podría superar aquel fatídico trance hasta que coincidió con Adrián en una junta de propietarios. Él se trasladó allí a vivir con su familia desde otra ciudad. Tiene 46 años, veinte más que ella, está casado y es padre de dos hijos. Trabaja como profesor de educación física en un instituto y tiene un atractivo muy especial y no sólo fisicamente hablando. Esa al menos fue la primera impresión que tuvo Elena al verlo por primera vez y que confirmó con el paso del tiempo. Porque si bien al principio apenas coincidían, llegó un momento en que descubrió que volvía a casa a la misma hora que ella los miércoles y en el mismo autobús por lo que pensó que sería una buena ocasión para aprovechar y conocerle. Desde entonces, y ya desde eso han pasado casi seis meses, Elena y Adrián comparten juntos un trayecto de veinte minutos gracias al cual se han hecho amigos. Porque sí, Adrián ya es su amigo, tal vez nunca será algo más, quizás jamás mirará a Elena como mira a Rosana, su esposa, ni la tomará de la mano como lo hizo aquella primera vez en la junta de la comunidad ante sus atónitos ojos, con extremada delicadeza, con envidiable ternura, pero soñar es gratis, y Elena sueña cada noche y cada día con que ella resulta más que una simple amiga y vecina para él. Porque Adrián es el hombre perfecto, es atento, es adorable, es divertido, es cariñoso, es guapo, y además, comparte aficiones con Elena, tienen una conexión especial, es su príncipe azul, jamás ella habría imaginado que podría pensar en un concepto tan cursi, ella nunca fue cursi, ni soñó con parejas perfectas, ni con amores de cuento, nunca nada la había descolocado de aquel modo, de hecho ni David, su relación más estable, fue jamás un enamoramiento tan redondo, pero Adrián es un dibujo en su mente, es un ideal anhelado, y con el paso de los meses y alimentado por sus fantásticas conversaciones que a veces duran más allá de esos veinte minutos de autobús, que se alargan por un buen rato en el rellano de la escalera, este amor platónico se convierte en un deseo imposible que merma la felicidad de Elena, que es cada vez más que consciente de que la realidad nunca será la que ella ensueña. Elena quiere ser Rosana, Elena quiere tener a Adrián en sus brazos, pero Elena sabe que su amor por él es tan inmenso que jamás lo va a presionar, jamás será capaz de decirle lo que siente, jamás pronunciará un "te quiero", jamás hará nada que pueda causarle infelicidad a él, siempre lo amará en silencio, respetándole, no le dañará, porque su amor es demasiado real, es paciente y sobre todo es generoso. Así que ella se conformará con aquellos pedazos de tiempo que roba a Adrián cada miércoles por la tarde al volver a casa. No será capaz de querer a otro porque ella le es puramente fiel, ni podrá olvidarle, está condenada a amar sin medida a un hombre que no puede corresponderle y que ella no quiere tampoco que le corresponda, porque si tal vez lo hiciese, si él traicionara a Rosana, dejaría de ser aquel hombre diez que Elena ha retratado en su cabeza y en su corazón, aquel hombre que ha roto los esquemas de Elena en mil pedazos cada miércoles tarde en el asiento trasero del 24.
Adrián es el vecino de Elena y su amor platónico. Vive en el mismo edificio que ella desde hace un año. Justo desde el momento en que David la dejó. Elena pensó que jamás podría superar aquel fatídico trance hasta que coincidió con Adrián en una junta de propietarios. Él se trasladó allí a vivir con su familia desde otra ciudad. Tiene 46 años, veinte más que ella, está casado y es padre de dos hijos. Trabaja como profesor de educación física en un instituto y tiene un atractivo muy especial y no sólo fisicamente hablando. Esa al menos fue la primera impresión que tuvo Elena al verlo por primera vez y que confirmó con el paso del tiempo. Porque si bien al principio apenas coincidían, llegó un momento en que descubrió que volvía a casa a la misma hora que ella los miércoles y en el mismo autobús por lo que pensó que sería una buena ocasión para aprovechar y conocerle. Desde entonces, y ya desde eso han pasado casi seis meses, Elena y Adrián comparten juntos un trayecto de veinte minutos gracias al cual se han hecho amigos. Porque sí, Adrián ya es su amigo, tal vez nunca será algo más, quizás jamás mirará a Elena como mira a Rosana, su esposa, ni la tomará de la mano como lo hizo aquella primera vez en la junta de la comunidad ante sus atónitos ojos, con extremada delicadeza, con envidiable ternura, pero soñar es gratis, y Elena sueña cada noche y cada día con que ella resulta más que una simple amiga y vecina para él. Porque Adrián es el hombre perfecto, es atento, es adorable, es divertido, es cariñoso, es guapo, y además, comparte aficiones con Elena, tienen una conexión especial, es su príncipe azul, jamás ella habría imaginado que podría pensar en un concepto tan cursi, ella nunca fue cursi, ni soñó con parejas perfectas, ni con amores de cuento, nunca nada la había descolocado de aquel modo, de hecho ni David, su relación más estable, fue jamás un enamoramiento tan redondo, pero Adrián es un dibujo en su mente, es un ideal anhelado, y con el paso de los meses y alimentado por sus fantásticas conversaciones que a veces duran más allá de esos veinte minutos de autobús, que se alargan por un buen rato en el rellano de la escalera, este amor platónico se convierte en un deseo imposible que merma la felicidad de Elena, que es cada vez más que consciente de que la realidad nunca será la que ella ensueña. Elena quiere ser Rosana, Elena quiere tener a Adrián en sus brazos, pero Elena sabe que su amor por él es tan inmenso que jamás lo va a presionar, jamás será capaz de decirle lo que siente, jamás pronunciará un "te quiero", jamás hará nada que pueda causarle infelicidad a él, siempre lo amará en silencio, respetándole, no le dañará, porque su amor es demasiado real, es paciente y sobre todo es generoso. Así que ella se conformará con aquellos pedazos de tiempo que roba a Adrián cada miércoles por la tarde al volver a casa. No será capaz de querer a otro porque ella le es puramente fiel, ni podrá olvidarle, está condenada a amar sin medida a un hombre que no puede corresponderle y que ella no quiere tampoco que le corresponda, porque si tal vez lo hiciese, si él traicionara a Rosana, dejaría de ser aquel hombre diez que Elena ha retratado en su cabeza y en su corazón, aquel hombre que ha roto los esquemas de Elena en mil pedazos cada miércoles tarde en el asiento trasero del 24.
Comentarios
Besos guapo!
besitos
En cuanto al relato, es eso un relato, pero hay un poquito de mi en Elena, y un poquito de Adrian en alguien especial.
Besos!
Uy¡¡ que me pasa un poco como a ANDRÉS...¿embarazo?...en fin...que...yo pasaba por aquí y...me encantó tu forma de ver la vida, y tu selección personal de música...Volveré a ver que tal.
Un saludo.
Un beso y vuelve cuando quieras!